Siempre hice referencia a Mayo, nunca
mencioné nuestro Noviembre. Así como Mayo ha sido un nacimiento entre nosotras.
Noviembre ha sido y es nuestro final y
me doy cuenta de ello hoy. Noviembre es el momento en el que caen las hojas de
nuestro árbol. Hace años yo las agarré con fuerza y las pegaba con alfileres de
vuelta a sus ramas, con miedo de que el árbol muriera, se acabara. Y eso estuve
haciendo hasta principios de febrero, en su momento, hace tiempo.
Este árbol que ha vuelto a nacer en Mayo,
vuelve a marchitarse en este Noviembre y esta vez no pienso sujetar nada, ni
una sola hoja. Igual que se caerán las hojas, se caerán mis lágrimas al ver
algo tan doloroso, cómo es el árbol que con tanta ilusión alimentamos,
alimenté. Esta vez del dolor y la prisa porque se acabe, incluso he zarandeado
el árbol para que caigan las hojas más rápido y ya me ha dicho una gata que
rondaba cerca en ese momento, que las deje caer a su ritmo, en su baile. Este
Noviembre duele ya que miro a este árbol, te miro a ti y me digo que ya no me
quedan semillas de este tipo para plantar junto a ti. Y si me quedan algunas,
las lanzaré al viento con un beso.
En mi jardín, no quiero plantar otro así.
Lo sabíamos desde el principio, que había un gran riesgo de que creciese algo
demasiado alto, demasiado rápido. Asumimos el riesgo. Ahora yo decido esto.
Decido mirar el otoño lacrimógeno que vivo y embaucarme sola en el Invierno que
aguarda.
Me merezco un árbol que duré algo más que
2 estaciones calurosas. Me merezco un árbol que al ritmo que sea, perduré más
tiempo.
En la próxima primavera las flores crecerán,
pero está vez ya no habrá lirios. Dejaré que me sorprenda Mayo o cualquier otro
mes.